viernes, 23 de mayo de 2014

La identidad de los puentes.


El Puente Pueyrredón es uno de los centros neurálgicos de la historia reciente de la lucha de clases de la regional. Desde el asesinato de Kosteki y Santillán, el 26 de junio de 2002, es el escenario de las vigilias que los movimientos sociales realizan cada año para recordar aquella represión. Los años (y la relación de fuerzas) los terminaron bajando de su estructura de hormigón, pero el puente ha pasado a la historia como un puente “de” los piqueteros, como fuente de un recurso simbólico de una tradición y de una estrategia determinada.

Desde la zona Sur del Conurbano partieron algunos de los contingentes más numerosos (siendo el MTD Aníbal Verón el más grande de ellos) de la etapa de la lucha piquetera que precedió al kirchnerismo y lo atravesó, al menos, hasta mediados de la década pasada. La recomposición orgánica de la clase obrera (los tan nombrados 5 millones de puestos de trabajo) dio nacimiento a lo que llamamos el sindicalismo de base que fue desplazando de la agenda militante los cortes de ruta, los merenderos y las bloqueras. La mezquindad de las corrientes de izquierda que se lanzaron a gestionar planes sociales impidió que esa fuerza política capitalizada se tradujera en organización y en poder industrial. Los piqueteros se dispersaron, entraron a las fabricas. Pero algunos no se olvidan.

Cerámicas Roca está enquistada al costado de la Villa Corina, el paredón de la fábrica hace de muralla fronteriza. La mayoría de sus trabajadores viven allí y ahora están de paro, porque piden entrar al gremio Ceramista y la empresa, hasta ahora, los mantenía bajo convenio de la UOM. Mosquito es uno de esos obreros que reclama en el acampe. Termo en mano pasea por los portones, no toma vino con sus compañeros, no le grita a las mujeres que pasan por la calle. Escucha a las corrientes que se acercan a traer su solidaridad con la lucha, discute y opina holgadamente sobre el gobierno y la situación del país. “es militante”, pensamos. Le preguntamos, cuando la confianza lo permite. No milita pero lo hizo, “antes del 2001”, en un merendero del MTD de Lanus. Aunque esta lucha haya sucedido el año pasado y haya terminado mal, los Mosquitos siguen por ahí.

En Calsa echaron a 3 personas por subir al Facebook fotos de adentro de la empresa. Una excusa berreta que usó la patronal para sacarse la sangre del ojo de un conflicto anterior. Los obreros se rebelan, se arma asamblea, la patronal se endurece. Durante casi un mes los despidos se suceden uno atrás de otro. Ya van por los 55 y el Sindicato ya quiere largar la línea. La empresa promete la reincorporación de algunos. Los obreros dicen no, le imponen una asamblea a la burocracia y exigen que entran todos o ninguno. La patronal echa mas gente. Nadie afloja.

En Shell echan a 9 personas, varios de ellos habían tirado lista para la Comisión Interna el año pasado y el Sindicato se las había impugnado injustamente. No hay un solo obrero de la refinería que no diga que a los pibes los entregó la Interna, que ahora en asamblea dice que no puede hacer nada. Se le impone un paro de una hora por turno durante 5 días, se arman asambleas afuera con los despedidos. A la audiencia del Ministerio van muchos compañeros de adentro y otros tantos se quieren sumar a la salida.

Ayer se armó reunión en ATE Sur por estos despidos, participaron muchísimos compañeros de las dos empresas, se acercaron también trabajadores ferroviarios, de la Coca Cola, Aeronauticos de Ezeiza, docentes y los estudiantes de las universidades del Conurbano (ya es hora de escribir un post sobre este “nuevo” aliado, con el que no contábamos en la etapa anterior). Discuten cómo seguir la pelea, pero lo que es mejor, discuten como seguirla juntos. Esa misma mañana el Puente Pueyrredon amanecía por primera vez en muchos años cortado por los mamelucos blancos de los despedidos de Calsa, y algunas camperas rojas de los de Shell, los ferroviarios del Roca, docentes de la 9 de abril, trabajadores de Mondelez. Como una continuidad del corte del 10A, los obreros vuelven a copar el Puente. Como señala Paula Varela en la última de IdZ, los piquetes no son un problema de métodos sino una cuestión de sujetos, la aparición de los obreros industriales, que ligan en su práctica cotidiana a la fabrica con el territorio, y la alianza con otros sectores de trabajadores (como los docentes) o de los estudiantes universitarios del Conurbano (muchos de ellos de familias obreras, primera generación de estudiantes) proyecta, como una suerte de vitrina, el contenido social de las luchas por venir.

En los albores del movimiento piquetero de una Argentina arrasada por el neoliberalismo, los desocupados se llenaban los pulmones del humo de las gomas y exhalaban su grito de guerra y de poesía: “cortando rutas se abren nuevos caminos”. Pidiendo por pan y trabajo, recibiendo los palos y el plomo del Estado antes de que tuvieran que desembolsar la chequera, los desocupados dejaron un jalón imborrable de la historia de la lucha de clases de nuestro país, independientemente del destino de sus direcciones. Hoy son los trabajadores de las grandes fábricas los que retoman esta tradición. No piden trabajo porque lo que quieren es no perder el que ya tienen. Y Gritan “si tocan a uno tocan a todos”. Los caminos están abiertos.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Cortito, por las generaciones.



 Recién me encontré con en el blog “Demencia en colectivo” un buen post que reflexiona la relación entre las generaciones y la lucha de clases. Generaciones no en el sentido etario, sino mas bien en el bourdiano (o bourdierano, no sé cómo se diría) de que una generación no hace más que representar una suma de experiencias estratificadas. Decía el post cómo a nosotros nos había tocado una época que, en contraposición a la que forjara a las primeras tres generaciones de bolcheviques rusos, carece bastante de heroísmo. Porque la lucha de clases es partera de mil maravillas, sino miren sino este video. Yo a los 12 años (año 1998) mis mayores preocupaciones pasaban por el Mundial de Francia y por Pokemon. Estas cosas son las que a uno lo hacen convencerse, pese a todo mi cinismo, de que lo mejor siempre está por venir.

martes, 20 de mayo de 2014

Pensar Dock Sud



A mediados del siglo XIX Avellaneda tenía 409 habitantes y era poco más que un gran depósito donde los ingleses exportaban  las materias primas que traían desde el interior del país dos líneas ferroviarias de su propiedad. Treinta años después, en Avellaneda viven 10 mil personas. En el medio, entre otras cosas, nacieron el Puerto y el Polo.

Moldeado por los capitales imperialistas, en pocos años distintas refinerías de petróleo comenzaron a asentarse en la cuenca del Riachuelo, donde un paquete accionario en manos de capitales ingleses (el Grupo Ferrocarril Sud) había trazado los planes para instalar una serie de empresas químicas lindantes al puerto que hoy es de la empresa Exolgan. De un lado del canal despachaban combustibles, del otro siguieron despachando carne, cereales y lana hasta bien entrado el siglo XX.  Tiempo después se fueron sumando a la zona distintas plantas químicas, incineradores de basura, una central eléctrica (construida por capitales alemanes), en fin, todo un entramado industrial que producía productos del primer mundo con legislación ambiental del tercero. Lo más avanzado de la técnica industrial de refinación y generación de energía  dejo a su paso los ríos de aceites y residuos que colaboraron persistentemente en la construcción del paisaje del Riachuelo. El Docke es el único lugar del país donde conviven un tendido eléctrico de 126 mil voltios, 3 refinerías, media docena de plantas de tratamiento de químicos corrosivos y otras industrias pesadas  y una barriada de cartón y chapa en las que 10 mil almas sobreviven en la más espantosa miseria. La legislación de los países centrales prohíbe la instalación de plantas como estas no solamente cerca de la población, sino unas de otras porque un fuego corriente puede dar pie a una reacción en cadena que terminaría en una tragedia, que es el nombre políticamente correcto de los crímenes sociales.

El paisaje de Dock Sud sigue siendo como lo pintara la canción del Mendigo, de Moris. La miseria persistente no alcanza a tapar la estructura industrial derruida pero en funcionamiento que hace a la fisionomía de la localidad. Actualmente unas 20 empresas desarrollan una actividad intensiva en el Docke entre las que hay 3 refinerías, un astillero, plantas de tratamiento de efluentes, laboratorios y curtiembres. El número probablemente sea mayor, ya que los datos los encontré en la página de la UIA y hay que ser socio para aparecer allí. Por ejemplo, se de una fábrica de acido de batería que no figura en la lista pero que sentí nombrar varias veces y en la lista tampoco figuran empresas importantes como Parafinas del Plata. En cuanto a la cantidad de trabajadores es más difícil de determinar. Las refinerías más importantes (Shell y DAPSA) tienen cerca de 300 obreros efectivos (Exolgan, 500), pero el número de tercerizados es de casi el triple, y ese triple hay que duplicarlo en épocas de trabajos específicos como las paradas de planta. Supongamos que esa relación de 3 a 1 se mantenga como promedio en el conjunto de las grandes empresas. Estamos hablando de miles de laburantes.  Esa tercerización está presente en el conjunto de las grandes empresas, que generalmente sub-contratan a las mismas medianas empresas (mecánicos de Amstork, medidores de Inspectorate, montadores de Velo, etc.).

Los sindicatos más importantes en términos estratégicos son el de petroleros (Sindicato del Petróleo y Gas Privado de Avellaneda – SPyGPA) y la UOCRA. Los primeros están alineados con Massa, el diputado Roberti del FR es el secretario general de la Federación que los engloba. El segundo responde a Hector Villagra, actualmente concejal de Avellaneda que llegó al Concejo Deliberante en la lista del FPV el año pasado. No hay ni enemistad ni competencia entre ellos por “la base” desde hace años. El fraude laboral del neoliberalismo y de las leyes de flexibilización es la “pax romana” que sirve de telón de fondo para que ambos sindicatos ganen…a costa de los trabajadores. Un contratado gana muchísimo (pero muchísimo) menos que un efectivo por realizar las tareas más difíciles y peligrosas.

La mayoría de los trabajadores tercerizados provienen del barrio de Dock Sud, sea de “las Torres” o de la “Villa Inflamable”, nombre con que el ingenio (o el cinismo) popular ha nombrado al chaperío que rodea al Polo. Aunque la entidad ACUMAR ha prometido en varias oportunidades la relocación de la población y emite comunicados recurrentes sobre los progresos en el saneamiento del Riachuelo la realidad es mucho menos alegre. En una entrevista el año pasado, la antropóloga Débora Swistun decía que “Se constató la presencia permanente de diecisiete compuestos volátiles asociados con la refinación de petróleo, como benceno y tolueno, que son cancerígenos sin un umbral mínimo, es decir no importa cuánto tiempo uno estuvo expuesto”. El muestreo de niños de entre 7 y 11 años arrojaba una presencia de plomo en la sangre 3 veces superior a la normal. Un horror. La barriada que vive del trabajo en el Polo al mismo tiempo lo desprecia. Las paredes anónimas que denuncian a la “Tox Sud” se mezclan con las pintadas del Frente Renovador que la burocracia massista garantiza religiosamente para que esos muros no tengan voces más incómodas. Eso tiene que cambiar.

Hay una potencialidad asombrosa que fermenta por lo bajo. La interacción estructural entre el Polo y su puerto, la Central Dock Sud y los pobladores del barrio debe dar paso a una de carácter mas subjetivo, consciente. Ese es el desafío. Porque la verdadera reacción en cadena a la que hay que tenerle miedo no proviene de las explosiones de un radio de 5 km, sino a la que generaría la alianza entre la barriada popular, los petroleros y los trabajadores de la energía. Que vuele un pedacito del suelo bonaerense por los aires no le quita el sueño a los capitalistas. Al fin y al cabo, la gente y las maquinas van y vienen. Lo otro les puede dar más de una pesadilla.