domingo, 10 de agosto de 2014

Callejeros en libertad, los funcionarios y los politicos corruptos impunes.



En el 2004 Kapanga presentó su disco Esta! en el Teatro de Colegiales. Fuimos con un grupo grande de amigos del colegio y de la plaza donde hacíamos campamento en las noches de mi barrio. Entre los pertrechos se contaban, aparte del alcohol y la droga, una bengala y un par de candelarias, elementos infaltables de la liturgia maravillosa que hacía a la misa rockera. No hacía mucho que se habían separado los Redondos (el Indio sacaría el Tesoro de los Inocentes pero lo iba a presentar en La Plata recién para diciembre del año próximo) y los herederos de la cultura del rock, huérfanos de aquella legendaria banda, se desparramaban en los pogos que nacían con las melodías del Detonador de Sueños o de la Maquina de Sangre, otros grandes discos que sonaban aquel año. La cultura del rock: ese entramado de identidades comunes que conjubaban el amor por la música con el de los trapos, la pirotecnia y el aguante, el seguir a tu banda a todos lados, los cantitos fanáticos que se sucedían una y otra vez con ferviente devoción hasta que esos héroes salian al escenario para que la noche no termine nunca. En fin, todas esas cosas que después de Cromañón nos enteramos que eran parte de la “futbolización del Rock”. Cromañón nos hizo ver esto, y tantas otras cosas.

Callejeros es tributaria del fenómeno under que después se conoció como Rock Chabon y que sus tres principales referencias son la 25, los Jóvenes Pordioseros y Callejeros: ejecución no muy espectacular que digamos, un sonido que remite a zapatillas gastadas en las calles del Gran Buenos Aires, la certeza de que “los malos” son quienes nos gobiernan y que “los buenos” por mas que siempre pierdan, tienen razón. Callejeros se destacó rápidamente por la calidad  poética de Fontanet, que genuinamente nos interpelaba desde una sensibilidad de izquierda barrial, bien 2001.  El peso que comenzaron a ganar en las radios era proporcional al que venían acumulando hace años. En ese sentido no fueron un inventó mediático sino un sueño que unos pibes, guitarra en mano, se animaron a vivirlo. Pero llegar lejos, pegarla, tenía un precio.

El camino hacia la fama, hacia el Obras Sanitarias, estaba pavimentado de pequeños bares y locales precarios (¿alguno se acuerda de ese sótano que estaba al lado de Mitos Argentinos que siempre, por alguna misteriosa razón, comenzaba a inundarse a eso de las dos de la mañana y para las cuatro uno tenía agua hasta los tobillos?). En el tramo final, cuando ya se tocaba el cielo con las manos, estaban Cemento y Cromañón. La movida ahí era reventarlos de gente: meter cuatro mil personas donde entraban mil trescientos era parte de los hitos de la transición a la madurez de una banda. Todo este camino no necesariamente había que recorrerlo transando (la filosofía base de estas bandas, era, precisamente, no transar) pero sí había que caminarlo. No es una casualidad que el under se hubiera ido a pique los primeros años post-Cromañòn, cuando era vox populi aquella denuncia que decía “no tenemos donde tocar” y a la que las Manos de Filipi le hiciera un tema.  A la clase dominante le importa un carajo si los jóvenes pasamos las noches en una plaza o en un antro de mala muerte donde todo se puede ir a la mierda en quince minutos. A los empresarios de la noche, parte de estos parásitos, menos que menos. Buscaran, como en todos lados, invertir lo menos posible para después sacar la máxima ganancia. Si en una fabrica cualquiera te hacen destrabar un rodamiento con una barreta de hierro (un rodamiento que capaz cuando destrabe vuele la barreta a la mierda y te pegué en medio de la jeta y te la parta) ¿alguno puede pensar que esos tipos, cuando llegue nuestro franco, nuestro fin de semana, nuestro momento de esparcimiento, se va a preocupar de que lo tengamos en un ambiente seguro? Eso no va a pasar. No en esta sociedad de mierda. 

Ahora, que soltaron a los Callejeros, que cuando cayeron presos eran pibes de entre 21 y 28 años, la alegría de mucha gente se nota. El otro día anduve por un bar de Quilmes y, entre tema y tema de Callejeros, volví a cantar emocionado la canción de que "a los pibes los mató la corrupción". Lo que quizás no se sabe es que con los Callejeros también están soltando a los funcionarios estatales que deberían haber controlado las condiciones de los locales de la noche:  Fabiana Fiszbin, ex subsecretaria de Control Comunal del gobierno porteño; Ana María Fernández, ex directora general adjunta de la Dirección General de Fiscalización y Control, y Gustavo Juan Torres, ex director adjunto de control comunal. Tambien soltaron a la mano derecha de Chaban, Raúl Villarreal. Siguen presos Omar Chaban, el el ex subcomisario Carlos Díaz, el baterista Eduardo Vázquez (no por esta causa, sino por el femicidio de su pareja) y, hasta ahora, también el manager Diego Argarañaz. De la casta política, no hubo ningun preso por soltar porque no cayó ninguno. El juicio político a Ibarra, que fue uno de los primeros caballitos de batalla del naciente PRO, no termino en más que su renuncia en 2006 y ya está pegando afiches para el 2015. Nunca se logró imponer una comisión investigadora independiente y por eso el crimen social de Cromañón sigue impune. 

La justicia por nuestros muertos de Cromañón está ligada profundamente a la pelea por el derecho a ser jóvenes en una sociedad organizada como una carrera de lobos, donde nuestros sueños son mercantilizados y donde no tenemos una verdadera elección a la hora de decidir cómo y cuándo vamos a disfrutar de nuestro tiempo libre. Esa es la pelea.  Peleemos por los muertos de Cromañón, peleemos para que Gardel toque con los Beatles en la plaza del barrio la milonga que nos trajo acá.



Este post va dedicado a los 194 pibes y pibas que la corrupción mató en Cromañón, especialmente va dedicado a Silvia y a Gloria Cabrera. Las hienas que predaron su gran felicidad la van a pagar. 


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