"Lo primero que llama la atención es la luz. Todo está
inundado de luz. De claridad. De sol. Y tan sólo ayer: un Londres otoñal bañado
en lluvia. Un avión bañado en lluvia. Un viento frío y la oscuridad. Aquí, en
cambio, desde la mañana todo el aeropuerto resplandece bajo el sol, todos
nosotros resplandecemos bajo el sol.
Tiempo ha, cuando los hombres atravesaban el mundo a pie o a
caballo o en naves, el viaje los iba acostumbrando a los cambios. Las imágenes
de la tierra se desplazaban despacio ante sus ojos, el escenario del mundo
apenas giraba. El viaje duraba semanas, meses. El hombre tenía tiempo para
familiarizarse con ambientes diferentes, con nuevos paisajes. El clima también
cambiaba gradualmente, poco a poco. Antes de que el viajero de la fría Europa
alcanzase el ardiente ecuador, ya había experimentado la temperatura agradable
de Las Palmas, el calor de El-Mahara y el infierno de Cabo Verde.
¡Hoy no queda nada de aquellas gradaciones! El avión nos
arrebata violentamente del frío glacial y de la nieve para lanzarnos, el mismo
día, al abismo candente del trópico. De pronto, cuando apenas nos hemos
restregado los ojos, nos hallamos en el centro de un infierno húmedo. Enseguida
empezamos a sudar. Si hemos llegado de Europa en invierno, nos libramos de los
abrigos, nos quitamos los jerséis. Es el primer gesto de nuestra iniciación, es
decir, de la gente del Norte, al llegar a África.
Gente del Norte. ¿Hemos pensado que la gente del Norte
constituye una clara minoría en nuestro planeta? Canadienses y polacos,
lituanos y escandinavos, parte de americanos y de alemanes, rusos y escoceses,
lapones y esquimales, evenkos y yakutios, la lista tampoco resulta muy larga.
No sé si, entre todos, abarcará más de quinientos millones de personas: menos
del diez por ciento de los habitantes del planeta. La inmensa mayoría, desde que
nace hasta que muere, vive al calor del sol. Además, el hombre nació al calor
del sol, sus huellas más antiguas se han encontrado en países cálidos. ¿Qué
clima reinaba en el paraíso bíblico? Reinaba el calor eterno, tanto que Adán y
Eva podían ir desnudos y no sentir frío ni siquiera a la sombra de un
árbol"
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