martes, 20 de mayo de 2014

Pensar Dock Sud



A mediados del siglo XIX Avellaneda tenía 409 habitantes y era poco más que un gran depósito donde los ingleses exportaban  las materias primas que traían desde el interior del país dos líneas ferroviarias de su propiedad. Treinta años después, en Avellaneda viven 10 mil personas. En el medio, entre otras cosas, nacieron el Puerto y el Polo.

Moldeado por los capitales imperialistas, en pocos años distintas refinerías de petróleo comenzaron a asentarse en la cuenca del Riachuelo, donde un paquete accionario en manos de capitales ingleses (el Grupo Ferrocarril Sud) había trazado los planes para instalar una serie de empresas químicas lindantes al puerto que hoy es de la empresa Exolgan. De un lado del canal despachaban combustibles, del otro siguieron despachando carne, cereales y lana hasta bien entrado el siglo XX.  Tiempo después se fueron sumando a la zona distintas plantas químicas, incineradores de basura, una central eléctrica (construida por capitales alemanes), en fin, todo un entramado industrial que producía productos del primer mundo con legislación ambiental del tercero. Lo más avanzado de la técnica industrial de refinación y generación de energía  dejo a su paso los ríos de aceites y residuos que colaboraron persistentemente en la construcción del paisaje del Riachuelo. El Docke es el único lugar del país donde conviven un tendido eléctrico de 126 mil voltios, 3 refinerías, media docena de plantas de tratamiento de químicos corrosivos y otras industrias pesadas  y una barriada de cartón y chapa en las que 10 mil almas sobreviven en la más espantosa miseria. La legislación de los países centrales prohíbe la instalación de plantas como estas no solamente cerca de la población, sino unas de otras porque un fuego corriente puede dar pie a una reacción en cadena que terminaría en una tragedia, que es el nombre políticamente correcto de los crímenes sociales.

El paisaje de Dock Sud sigue siendo como lo pintara la canción del Mendigo, de Moris. La miseria persistente no alcanza a tapar la estructura industrial derruida pero en funcionamiento que hace a la fisionomía de la localidad. Actualmente unas 20 empresas desarrollan una actividad intensiva en el Docke entre las que hay 3 refinerías, un astillero, plantas de tratamiento de efluentes, laboratorios y curtiembres. El número probablemente sea mayor, ya que los datos los encontré en la página de la UIA y hay que ser socio para aparecer allí. Por ejemplo, se de una fábrica de acido de batería que no figura en la lista pero que sentí nombrar varias veces y en la lista tampoco figuran empresas importantes como Parafinas del Plata. En cuanto a la cantidad de trabajadores es más difícil de determinar. Las refinerías más importantes (Shell y DAPSA) tienen cerca de 300 obreros efectivos (Exolgan, 500), pero el número de tercerizados es de casi el triple, y ese triple hay que duplicarlo en épocas de trabajos específicos como las paradas de planta. Supongamos que esa relación de 3 a 1 se mantenga como promedio en el conjunto de las grandes empresas. Estamos hablando de miles de laburantes.  Esa tercerización está presente en el conjunto de las grandes empresas, que generalmente sub-contratan a las mismas medianas empresas (mecánicos de Amstork, medidores de Inspectorate, montadores de Velo, etc.).

Los sindicatos más importantes en términos estratégicos son el de petroleros (Sindicato del Petróleo y Gas Privado de Avellaneda – SPyGPA) y la UOCRA. Los primeros están alineados con Massa, el diputado Roberti del FR es el secretario general de la Federación que los engloba. El segundo responde a Hector Villagra, actualmente concejal de Avellaneda que llegó al Concejo Deliberante en la lista del FPV el año pasado. No hay ni enemistad ni competencia entre ellos por “la base” desde hace años. El fraude laboral del neoliberalismo y de las leyes de flexibilización es la “pax romana” que sirve de telón de fondo para que ambos sindicatos ganen…a costa de los trabajadores. Un contratado gana muchísimo (pero muchísimo) menos que un efectivo por realizar las tareas más difíciles y peligrosas.

La mayoría de los trabajadores tercerizados provienen del barrio de Dock Sud, sea de “las Torres” o de la “Villa Inflamable”, nombre con que el ingenio (o el cinismo) popular ha nombrado al chaperío que rodea al Polo. Aunque la entidad ACUMAR ha prometido en varias oportunidades la relocación de la población y emite comunicados recurrentes sobre los progresos en el saneamiento del Riachuelo la realidad es mucho menos alegre. En una entrevista el año pasado, la antropóloga Débora Swistun decía que “Se constató la presencia permanente de diecisiete compuestos volátiles asociados con la refinación de petróleo, como benceno y tolueno, que son cancerígenos sin un umbral mínimo, es decir no importa cuánto tiempo uno estuvo expuesto”. El muestreo de niños de entre 7 y 11 años arrojaba una presencia de plomo en la sangre 3 veces superior a la normal. Un horror. La barriada que vive del trabajo en el Polo al mismo tiempo lo desprecia. Las paredes anónimas que denuncian a la “Tox Sud” se mezclan con las pintadas del Frente Renovador que la burocracia massista garantiza religiosamente para que esos muros no tengan voces más incómodas. Eso tiene que cambiar.

Hay una potencialidad asombrosa que fermenta por lo bajo. La interacción estructural entre el Polo y su puerto, la Central Dock Sud y los pobladores del barrio debe dar paso a una de carácter mas subjetivo, consciente. Ese es el desafío. Porque la verdadera reacción en cadena a la que hay que tenerle miedo no proviene de las explosiones de un radio de 5 km, sino a la que generaría la alianza entre la barriada popular, los petroleros y los trabajadores de la energía. Que vuele un pedacito del suelo bonaerense por los aires no le quita el sueño a los capitalistas. Al fin y al cabo, la gente y las maquinas van y vienen. Lo otro les puede dar más de una pesadilla.

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